Y perdura, invencible, el paraíso.
Se desprende sin temor de lo mundano,
convida su verde misterio cristalino
para dibujarnos el alma como un niño.
Describe maravillas, las hace paisaje
que contagia magia a cada vistazo,
dando a luz constantemente
el secreto de estar vivos.
Abraza con piedras y ramas,
envuelve su cauce el ardor
y lo deshace en calmos añicos.
Curte con lumbre los cueros andantes
simbiosis del camino y su caminante
que se cuecen lento, amándose,
siéndose por la mutua presencia.
Cuida la leyenda nativa estos pasos
desde su atalaya-mil-estrellas
donde se tejen arcanas historias
y los parias echan raíces.
Destella cuestionamientos
cuando un solcito cruza la bóveda
y, más acá en la astronomía,
la luciérnaga lo sigue.
Y es, lejos de la realidad
que promulgan las pantallas,
de las páginas nefastas,
del teatro antiesperanza;
con eso le alcanza para ser
cielo, paraíso, olimpo, edén.
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