Debemos sentir su envolvente perfume,
que nos examina desde el mismo adentro.
Y oír el susurro frío del cementerio
escurriéndose en nuestros oídos,
mientras el viento sombrío acaricia
las almas, los pelos y las pieles.
A la muerte hay que enfrentarla estoico,
sin el nefasto miedo occidental
de un siniestro malvenir accidental,
sin apuro de oraciones para expiar
culpas que ya el mismo tiempo olvidó.
A la muerte hay que sonreírle
con todos los dientes sobrevivientes,
ofrecerle un trago y un grato diálogo,
una vida juntos bien cerca del mar.
Dedicarle versos, suspiros, insomnios,
y pensar en ella si no damos más.
A la muerte hay que amarla,
sencilla y complejamente: amarla,
para entenderla sin maltratarla,
para vivir sin demonizarla.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario