lentos como dulces bocanadas,
y se llenan de rojas primaveras
mis ojos al verterse en tu suspiro.
Le pido prestada una palabra al viento:
me da una caricia que estalla mi gracia.
Miro de reojo un trino violeta
y llueven arroyos entre las manos,
se deshielan sobre mis falanges
las gotas congeladas del ayer.
La Luna está ensangrentada
y sin embargo no sabe morir,
y yo no sé apartar mis deseos
de sus antídotos nocturnos,
de sus pétalos de musa,
del halo que la embelesa.
Los resplandores perennes
fisuran tras las ausencias,
y el brote de los cerezos
me tiñe desde los ojos.
Miedos, ténganme miedo,
que vengo hecho de colores
a destrozar sus penumbras
y edificar sensaciones.
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