Así, en un tris, el reflejo infeliz
en la pecera de las ilusiones
(mirándonos los ojos absortos)
es lo único que nos queda
de tamaña esperanza a cuestas.
Se escapa ese abrazo estrecho
que arrasa los recios modos.
Me deja una ausencia añeja,
de olor como a cuatro inviernos.
Y secas lágrimas blancas
en hondas ojeras negras.
Ahora el tiempo es espera:
pasión y girar sin pausa,
poner la fe en la balanza
como reinvención del ansia.
Son dieciséis estaciones
y millones de esperanzas.
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