despunta la primavera,
que brota, se manifiesta
como homenaje al poeta
enredado entre la bruma
y las babas del diablo.
El oleaje no se anuncia:
llega como una flecha,
se va sin despedirse,
enfurece de repente
y duerme en el parpadeo
de una sirena invisible.
Hay un flujo de endorfinas
en el aire perfumado
por la calle y su llamado,
por los nombres repentinos
que se yerguen, reincidentes,
sobre el crepúsculo inerme.
Burbujas de tinta flotando
en el aire distante y florido.
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