Acabo de comprender que Buenos Aires engendra nostalgia.
No sólo por la ciudad en sí, sino por casi todo el pasado.
Genera un deseo de retorno, de volver siempre a ese pasado, lo endulza, le maquilla las imperfecciones y lo deja reluciente para que uno siempre añore. Y cómo.
Los lugares son talismanes de la memoria que invocan sueños.
Ese arbol donde...
Y después, los años que añejan tiempos pretéritos como vinos de lujo.
Ay, Buenos Aires, me hiciste adicto a los recuerdos.
Hasta prefiero rememorar mi presente que vivirlo.
Y hoy, en esta sensibilidad radical, rendido al sol de su sonrisa, sos el escenario ideal para creer en ese futuro que, de una vez por todas, promete con certezas.
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