Hay veces que las voces
envilecen los decires,
envenenan las palabras,
contaminan el silencio.
Son tiempos inestables:
días muy poco amables
para tal incertidumbre
(acá no se ve la cumbre)
y una frase inoportuna
vertida con acidez
de bronca o insensatez
puede derretir la luna.
Pensar, a veces, aclara
horizontes que se antojan
como certeras tormentas
y acaban en nubarrones
que se dispersan, serenos
al caer la noche lenta.
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