jueves, febrero 14, 2008

Tristeza ajena.

Hay una mirada derretida que se acerca.
Los adoquines de la distancia se pierden detrás de su (in)humanidad, que está fría y oxidada como una puerta cerrada hace millones de daños.
Se pone frente a frente y en un cuento oscuro busca enroscarnos con su lengua ansiosa y ademanes que amenazan más su mentira que nuestra integridad. Somos tres miradas chinas que se encuentran entre la incredulidad, la bronca y el dolor; tres rechazos absolutos a esa maldad urgente, desesperada, de descontrol espiritual insostenible.
Las negativas son distintas pero igualmente negativas.
El de la mirada ya no sabe cómo apuntalar su escenario, y la pistola con balas de miedo se le encasquilla: no puede tirar, ni correr, ni llorar.
El campo de fuerza de Moreno le cierra el paso, lo cierra en pasos que retroceden. Y en un parpadeo de espaldas, desaparece y consigo se habrá llevado la manija de esa puerta que sigue sin poder abrir.
Con esas ansias, el castigo se prenderá en su sombra.

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