lunes, septiembre 22, 2008

Río verde.

Despertar con un sueño cumplido al encontrar su cáscara de terciopelo.
Un río nos bordea, y nos aborda su canción constante, que nos borda el ambiente de verdes hilos ahumados.
El río, siempre convencido de su próximo paso... y su incondicional amor al mar.
Y ella lo derrite todo en las cumbres, y fluye a sí misma, al Sol.
El sol. El Sol. El sol. El Sol.
No existe la diferencia: el calor, la energía, la luz (el color)... la vida.
Como si hubiera sido semilla que empieza a brotar con su riego de rayos.
Es un esplendor, el vaticinio de la primavera más próxima, bella, certera, exacta.
Desayunos y meriendas de amor.
La coyuntura lunar, ese recorte pálido ahí, desbordando los vértices de la tierra como rebalsando su belleza incontenible. Como un reflejo de ese costado...
Juegos. A la carga con la niñez (mecharle infancia a la existencia es revitalizante).
Un tobogán ancho para dos corazones golosos.
Hamacas que raspan el cielo y elevan las colas de los espíritus hasta Venus.
Bailoteos, teatro y títeres.
La bendición de un estío irreverente.
El reflejo de encontrar corazones en todas las formas, de todos los colores.
Un cuento hecho de los deseos más puros.

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