lunes, enero 19, 2009

Verdestino.

Otra vez el peregrinaje llama a esta puerta, insistente pero con la sabia prudencia del sentir.
A buscar los paraísos que nos depuran con paisaje y misterio, entrando por los ojos y enredándose en el alma sin dar tregua.
El río, constante, tozudo, siempre a la vanguardia de sí mismo en ese destino eterno que lo condena a estar yendo sin detenerse jamás.
El viento, esperando los momentos para soplar su libertad y salpicarnos un poco, o darnos charla con los árboles que bailan sus caprichosos ritmos sin esfuerzo.
El aroma a millones de vidas en un milagro homogeneo de convivencia armónica.
La intimidad con el cielo... esa cosa rara de sentirse cara a cara y poder definir mejores detalles de su belleza en nuestras retinas enamoradas.
Aire de las alturas limpiando el tizne que hace mella en el lado de adentro de la chapa.
Suspiros de plenitud, sinceras sonrisas. Pura simpleza es la perfección, pero qué espectáculo lindo de ver...

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