con inmaculados espejismos
fue un juego al que sus tretas
se acostumbraron sin esmero.
Pero el cielo, implacable,
se nubla a su merced
y los mareos de la altura
suelen precipitarlo.
¡Esa ambición tan humana!
Sin promesas realizables
cuando median los exilios,
todo empezó a tambalear:
los billetes amontonándose
inútiles, sucios, grises
en los miserables rincones
del acoso de la soledad.
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