Los poetas mueren cada día,
y renacen con el crepúsculo,
entre las piernas pálidas
de la luna que los alumbra.
Son una raza imperfecta,
naturales psicodélicos
de vuelos impertinentes
y causas poco tangibles
aunque siempre conmovedoras
para el ánima sensible.
Los vidrios de sus ventanas
se empañan tan fácilmente
como el espejo que invade
a una frágil flor muriendo.
Sus musas son un misterio
que merodea por los sentidos
trastocando cada motivo
y embelleciéndolo todo.
Las tinieblas los arropan
cuando buscan destellar
porque su brillo es difuso
pero genuino e intenso.
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