martes, mayo 14, 2013

Entusiastas de la nada.

Veo una vereda frente a la mía: está vacía, pero llena de gente. Es un paisaje gris, un placar lleno de muertes e ingenuidades oscuras. Las personas tienen rostros difusos, y no se distingue bien dónde terminan sus contornos y dónde comienzan sus sombras.
Habita esa ribera acordonada también un murmullo constante -casi un zumbido- conformado por quejidos y sollozos: pareciera nunca haber motivo para oír el estruendo de una risa (de hecho los chillidos son más efusivos cuando en esta acera estalla la algarabía), sólo se puede percibir el rechinar de una sonrisa oxidada en los momentos en que la riada crece hasta nuestra calle, amenazando con el naufragio. Eso sí: no es plausible ver las bocas-génesis de esas voces que abastecen el murmullo.
Un rasgo particular de los sombrosos es que nunca ponen sus dos ojos sobre nosotros: siempre hay uno que mira al norte, perdido en un horizonte lejano y ajeno (aunque hecho propio por vaya-uno-a-saber-qué-berretín), con el brillo del embeleso; en tanto el que mira hacia esta vereda está siempre inyectado en sangre, como airado o envidioso. Tampoco son cultores de analizarse por dentro: prefieren tener la mirada puesta en lo foráneo.
Son, sí, muy religiosos, al punto de adorar fervientemente cruces, rejas y cadenas, clamando con urgencia por ellas en su ausencia. Esos símbolos sagrados traen una carga inherente de moralina polvorienta y conductas represivas llenas de telarañas. Espíritus destructores, detractores de los progresos que no se centran en sus umbríos egos.
En cuanto a la Libertad, creen que está delimitada por los nombres propios, las elecciónes entre multinacionales o el acceso a unos pintorescos papeles. Pasan más tiempo quejándose por esas falencias que pensando en soluciones o disfrutando sus posibilidades (generalmente más amplias que las de estas veredas).
Pero todo esto no tendría nada de malo si ellos mantuvieran su penumbra del lado que les corresponde, y respetaran nuestro intento constante por ir detrás del sol; el problema es que últimamente creen que esta luz amenaza su lúgubre reino, y esa excusa les es suficiente para pretender invadirnos e imponer su oscurantismo en este lado de la calle.


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