miércoles, marzo 19, 2014

Logis & co.

Entre tanto fetichismo tecnológico se va esfumando el tejido espiritual.
Constituidos por lo convencional, desesperados por ser lógicos, los individuales del rebaño corren como un conejo famélico tras la zanahoria digital que llene la panza de su autoestimaterial.
Pantalla tras pantalla se oxidan los sentidos, se vuelven binarios: los latidos son sólo una cadencia que oscila entre ceros y unos. Nos quieren bits, para borrarnos de un clic.
Y son tantos los que persiguen ese progreso desechable, que da miedo. Porque encima empiezan a ser un ejército totalitario, obnubilado, capaz de avasallar con su fruición cualquier escollo que se entrometa entre ellos y el próximo modelo: aunque hubiera que sacrificar al planeta, preferirían vagar en la nada universal con tal de poder postearlo a través de ese -realmente- último modelo.
Y yo soy un irracional, infantil, que se permite ponerse triste porque otra vez los árboles sufren el abandono de las hojas en el momento que más las necesitan, porque otra vez el sol se esconde atrás de esas insistentes e intransigentes nubes... ¡qué gil!


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