martes, mayo 06, 2008

Amanesiendo.

Tanta madera que nos rodea... esto se va a incendiar de amor, mi amor.
La tela que cubre un sueño dormido de pronto se hace cenizas que vuelan entre vapor de corazones y un nuevo milagro viene a timbrarnos, y ambas manos que ya son una giran la llave y abren una puerta tan sencillamente que lo infranqueable del pasado sólo es un bordado de color en la anecdótica pasión.
Ya del otro lado del Sol, ya envuelto y desenvuelto, como un regalo que el espíritu recibe en su día más esperado.
Es el paraíso, por decir algo, porque todo lo glorioso necesita ser dibujado, ya que en el fracaso de la representación se consuma el ideal.
Y se deshace por completo la forma material de nuestra anatomía, y quedan solamente los sentidos arremolinados en la más dulce tormenta espiritual (pero de esas tormentas que no atormentan, sin que riegan, que humedecen la garganta de la tierra para que pueda cantar su serenata de verdes paisajes y calman el ardor de un Sol incontenible).
Así, nuevamente, este hechizo se siente invencible.

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