lunes, diciembre 15, 2008

...y de pronto me vi bailando.

Hay un hechizo que cae sobre este mar de brazos, y entiendo que los silbidos son sólo necedad, porque todos están hipnotizados por las teclas de un brujo al que dicen resistir (o hasta putear).
Es que somos así: pregonamos ideas que el instinto se encarga de desmentir.
¿Hay acaso algo más importante que la alegría del espíritu?
Y cuando llega alguien que la promueve, le llueven chiflidos porque no tiene pose ni lenguaje de intelectual, porque no enrosca su ritmo con detalles de gran nivel.
Pero igual bailan, emborrachados de fiesta, contradiciendo su elevado discurso.
Y yo también bailo, aunque sin miramientos, sencillamente sumido en la felicidad, perdido en la música que tanto disfruto, sin buscarle pelos a este delicioso huevo.

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