Se estira sin fin
como un chicle amargo
que ocupa el sentido,
y viene con lluvia
para poder empapar
cualquier buen intento
de fuego artesanal.
Son gotitas explosivas
para un espíritu intenso
que se esfuerza por sentir
hasta cuando más le duele.
Y está bien que así lo sea,
el problema, en realidad,
es la lluvia que no cesa
en su gris paracaidismo.
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