sábado, diciembre 17, 2011

Destellos anímicos.

Sangra sudor la masa dérmica, agitada, revolviéndose en su caldo de almas que hierven a pura poesía e intensidad. El piso es elástico, el aire sostiene los saltos ligeros en alto, suspende los microvuelos rítmicos, cardíacos, extáticos, en un éter sin oxígeno pero con algo que hace respirar al sinfin de espíritus sacados encontrados en su rito más tribal.
Este baile ácrata es una delicia para los sentidos, y un depurador para el montón de piel intoxicada por la sustancia que segrega la vida cuando es exprimida con amor y fortaleza (es que todo exceso sabe mal en ídem).
Entonces se deja el aliento en el aire (porque viento acá no existe), para que se una con los demás y de esa orgía salgan vástagos que mañana serán sentimientos hechos e izquierdos, sin más motivo para existir que la propia vida, que el contagio de su esencia.
Todo esto gestado por el útero del arte: sólo en ese vientre puede resumirse una criatura que, alumbrada, se atomiza sin fin entre la jauría de corazones merodeadores -los que andan dando vueltas por dónde sienten ese cautivante olor a imaginación.

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