Perdimos la fe una vez, y otra, y otra, y otra más. Y entonces dejamos de buscarla, total... ¿para qué? Pero, como buena ley vital, bastó dejar de buscarla para que ella solita (cambiada, completamente mutada) se acercara, con la cabeza gacha, pidiendo permiso para arraigarse nuevamente a nosotros. Y la acogimos con el máximo fervor, claro está. Y qué bueno que a cada rato lluevan gotas de confirmación, que rieguen este campo hipotético para hacer crecer la certidumbre de que todo está realmente bien, de que todo sigue igual, de que ahora no es como antes: ES MEJOR.
Y para esas nubes que tiran flores desde un lugar oculto, mis más cojonudos agradecimientos. Los amo. Las amo. Que sea así, que haya paz, que haya amor. Si hay que revelarse a algo, es al malestar inerte, fláccido, estéril. Porque hay malestares que enseñan, malestares que inspiran. Pero existe uno cuya única actividad es el parasitismo. Y eso no rinde. Vamos a tratar de querer lo poco que queda de todo lo que soñamos, y que de esas briznas surja la renovación del espectáculo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario