martes, junio 29, 2004

Es un personaje sombrío, pero con luz propia, que desplega sus alas de una manera no muy bien vista por el grueso de la gente, que suele juzgarlo y condenarlo sin pruebas, sólo porque la mitología o la costumbre los enjaulan a ellos y necesitan derivar esa limitación en alguien. Y lo escogen, entonces, porque su capacidad de volar, de nadar, de cavar, de destruir horizontes les resulta tan agresiva para su celda que no pueden menos que tirarle palabras aguzadas con resentimiento. Entonces es él quien sufre, porque el dolor tiene doble filo, y su corazón queda ajado, trémulo de horror, y su experiencia se ve manchada de paranoia y dualismo. Para entonces ya va por la mitad de la caída y no tiene otra opción que esperar el golpe, puesto que las alas no responden: están laceradas por el hosco berrinche del rebaño amaestrado. Y ahí, en ese momento, es cuando da a luz al criminal, que escapa del plano fantástico, traspasa el limbo de la duda y llega con una fuerza huracanada para tomar el control de la situación. No se puede expulsar. Procede primero con un poco de respeto, pero a los pocos segundos este se desvanece y da lugar al contraatque, a la obra maestra de la venganza inconsciente. El asesinato es múltiple, interno y externo, y más allá. Porque la primera muerte es la suya, y luego viene el resto, resto que no sólo es absolutista, ya que a veces se conforma con sólo un homicidio parcial. El asunto es quebrar la libertad, hacerla trizas, mutilarla y escupirla, humillarla con todo el peso del odio abstracto por excelencia. Su vandalismo es total, porque a él lo apearon a la fuerza de su unicornio, y eso justifica la crueldad como ninguna otra razón.

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