lunes, julio 05, 2004

Hay una muerte que dió vida al prócer de lo marginal hecho cultura y culto, y hechizó todo el color y el calor de las retinas y las sensaciones que fueron amansadas por un claro sentimiento de prevalecer a la tristeza de su extinción. Inflexible al cambio, a la función de despedida, a la burguesía triste del cerebro que no deja pasar los preciosos momentos de mística infernal, él vuela y quiere ser estrella, quiere llegar a soñar el sueño de estar vivo entre tanta acumulación de nubes estrepitosas y aullidos de lobos que consumen almas solteras de prejuicios.
Pero hay una descendencia y un legado disceminado por los baldíos de la sensación, esos lugares olvidados que se tornan oscuros e inhabitados a medida que el tiempo los agobia con sus rutinas incapaces de sórdido poder. Y esa herencia, esos corazones que sudan amor y frío en sus espaldas, esa es la que va a competir contra el asco social, contra la maldad verdadera, contra la violencia humana, para echar a andar el carro de la verdad primitiva, la que el hombre dejó al independizarse del género animal para convertirse a una independencia trágica y fatal, asesina. Dejó su bondad y su inconsciencia en parte de pago, y le salió peor de lo que pensaba. Y los resquicios precarios que se alojan refugiados en recovecos del ánima van despedazando de a poco las estructuras nocturnas, y de esas actitudes él es partícipe, es cómplice indispensable y secreto, camuflado, obsesionado por un dolor que duele más por el dolor ajeno que por el propio. Y se va porque acá no está en el lugar que le corresponde para que esa angustia lo deje en paz y así liberar toda su energía vital, reivindicar los placeres que él siempre atesoró en el sobre bajo llave que deja como prueba de vida, y cuya llave sólo es reconocida por quienes mamaron parte de su rastro astral. Ya la figura distorsionada entre luces y vapores que solía vislumbrarse no será más la ley de su presencia, y no se recortará su humanidad desequilibrada en la lontananza cuando el elixir sanguíneo le haya ganado a su consciencia, ni será su voz la que atraviese el viento fugaz para abrillantar el todo que vemos y darnos un filtro de libertad, un poco de inspiración encontrada. Ahora sólo se dedicará a contarnos en sueños y al oido una maravillosa historia del futuro que quisieramos haber sido, y del que todavía no hemos escapado. Por eso, porque todavía el adiós no se arrastra moribundo, porque está aún muy fresco, es que el gorgoteo se hace más constante y menos casual, porque hallamos en ese reducto de amor un sortilegio que nos acompaña y coarta la maldad y el dolor. Habremos de aprender que subimos a tiempo, pero bajamos a piaccere, y que la sabiduría es una pequeña piedra olvidada debajo de un gran mar que arrastra a todos hacia un océano indescriptible e intangible, por el que sólo pueden navegar las canoas libertarias y el sol hecho delfin. Larga vida al onírico emperador de las profundidades reprimidas.

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