martes, septiembre 14, 2004

Es otra situación completamente normal. Y ese es el problema. La pieza está acá, en el mismo lugar de siempre, con los mismos adornos, sólo puede oscilar el orden de las cosas, pero todo es un enorme periplo. La habitación es tan estática como el resto del universo, de mi visión del Cosmos.
Me acomodo, cruzo una pierna, me desperezo. Miro alrededor, bostezo y voy al mismo lugar de siempre, del que no me moví. Pero voy igual, porque es mejor que no hacer nada. Bah... hago nada de todos modos. La nada me persigue. El vacío me corre como si fuera mi sombra, y mi sombra se ríe de su condición. Y entonces me desespero, me aburro, me aletargo, me siento, me levanto, me corro, me escapo, vuelvo, salgo, entro, exploto, me rehago, me deshago, miro sin ver, veo sin oir, oigo sin sentir, no siento más nada y vuelvo a ser exactamente lo mismo. Me muero sin morirme, todo el tiempo, todos los tiempos. Mi eternidad se desgasta y se regenera con la cadencia de mis respiraciones. Es todo muy genérico, ni siquiera vivo a veces. Y de pronto la muerte se me viene encima, me azota, me prepotea, me hace cosquillas. Me agrede con su forma tan sutil y sádica, gozando del anormal sentido de oscuridad que provee a quien atiende. Estorba a mis ojos, pero satisface mi alma. Le da ese "y bueno" que tanto necesita a veces. Vuelta a empezar...

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