viernes, septiembre 03, 2004

Ojos rojos, hinchados en sus terrenos, ahogados. Es una pauta, y marca la sentencia, la birome inaudita que adhiere el punto final a un cuento de tanta dulzura como sufrimiento. Porque no nos engañemos, que para el rosa se necesita mezclar la pureza con sangre. Sangre y fuego.
¿Cómo no le voy a agradecer? Si de ese cariño, de esa presencia, se nutrieron dos de las estrellas más brillantes que conforman mi galaxia. Si no habiendo lazos el aprecio tácito era tan grato y conmovedor que el aire que anidaba en esa alfombra azul tenía un no se qué mágico y outré para estos dedos y su continuación. Si otro de sus logros me representa una admiración enorme como el afecto que le tengo. Si, más allá de todo, su propia persona valía la intención.
Pero tanto agradecer me confunde, hasta me rechazo a mí mismo, porque lo veo como una ceremonia de clausura, y esto recién es la mitad de todo: uno es su propia obra. En este terreno, en este juego, mientras queden fichas de nuestro color, la pérdida no existe.
Que la eternidad te tenga reservado el colchón de nubes que acá no pudiste conseguir. Un abrazo interminable.

El Diamante loco.
P.D.: Si te lo cruzás, mis saludos al Viejo, decile que lo extraño.

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