miércoles, diciembre 01, 2004

Me persigue una imagen: una mujer divinísima, a quien le llueven finos hilos de sol y le brilla un par de estrellas. Sonríe jazmines, perfumando de simpatía la pradera de mis percepciones.
No sé si es etérea, porque a veces da sombra, o si es sólida, porque nunca pude tocarla... al menos no en una realidad singular.
Y en las tardes está en todo el esplendor de mi jardín. Y en las noches está en cada estrella, y su corona es una luna idónea. Y en las mañanas se vuelve sueño y me arrebata el inconsciente.
Y no tengo manera de escaparle, es como una cárcel particular, quizás como una silla de ruedas para mi alma renga.
¿En qué lugar?

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