de tilo, como la estela del estío
(ese lejano suspiro
es un anhelo recurrente).
La ciudad desperezándose
rascándose la modorra
con bostezos colectivos
y millones de cafés con medialunas
o mates con bizcochitos
o ayunos desinteresados.
El frío asusta al amanecer
lo pone tímido, reticente
a la llegada, rumiante
de su propio rol lumínico.
Y estar a contramano
es una grata dirección.
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