Y no quiere apagarse, claro. Persiste y resiste, insiste sin tregua en su amor, en el oxígeno que araña de los intersticios donde atesora su vida, que es el sentimiento: un intangible amuleto que todo lo embellece, aún en la tristeza más profunda. Porque el corazón es un lente amable, y toma la tragedia como el Valhalla de su pasión.
No se ahogará en sus lágrimas, preferirá beberlas mientras le grita al viento que no hay tiempo ni contrariedad capaz de menguar tanto ardor, tanta fiebre espiritual, y que hasta el mismo infierno sudará si este fuego es enterrado.
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