Afuera se hace oscuro,
y adentro ya no se ve:
va despuntando el otoño,
marchitando lamparitas,
apagándonos las velas,
decolorando mi vista.
Se cae el cielo en la calle;
se vuelve un río, dos, cien.
Todo fluye y se desploma
al son de la tempestad.
Una cascada rabiosa
atomizándose entera
por los miles de rincones
antes secos, ahora sopas.
La furia empieza a amainar,
el torrente se hace arroyo,
y el bramido atronador
se ha calmado hasta la hipnosis
ya no arrolla con su queja,
sólo arrulla y ronronea.
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