jueves, noviembre 14, 2013

Antídoto inmortal.

A la muerte hay que mirarla a los ojos.
Debemos sentir su envolvente perfume,
que nos examina desde el mismo adentro.
Y oír el susurro frío del cementerio
escurriéndose en nuestros oídos,
mientras el viento sombrío acaricia
las almas, los pelos y las pieles.

A la muerte hay que enfrentarla estoico,
sin el nefasto miedo occidental
de un siniestro malvenir accidental,
sin apuro de oraciones para expiar
culpas que ya el mismo tiempo olvidó.

A la muerte hay que sonreírle
con todos los dientes sobrevivientes,
ofrecerle un trago y un grato diálogo,
una vida juntos bien cerca del mar.
Dedicarle versos, suspiros, insomnios,
y pensar en ella si no damos más.

A la muerte hay que amarla,
sencilla y complejamente: amarla,
para entenderla sin maltratarla,
para vivir sin demonizarla.

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