lunes, agosto 02, 2004

Las estrellas parpadean
y se acercan mansamente
a una invisible presencia
(no por eso inocente)
que estruja las frías palmas
el corazón y la frente.

La consciencia tranquila
aunque el miedo ajustado
invadiendo un espacio
injustamente violado:
los tuyos están rojos
los suyos, de pescado.

Es que el eterno triunfo
pertenece a la condena.
El corazón-antibalas
por esta vez no se frena.
Será cuestión de tiempo:
se repetirá la escena.

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