domingo, octubre 02, 2005

Imagen de una noche espesa.

Parece que estás zozobrando en un mar de jolgorios. Tanta risa que truena la noche y vos tirado en ese rincón buscando en las sombras un refugio para semejante tortura, esa de tu cabeza en tinieblas.
Ni siquiera cayó el infiernito como salvavidas, y entonces te toca entender que la velada no viene a verte sonreir, ni a suavizarte los ásperos mambos. Te arman un consuelo, pero termina jaqueándote peor, sumiéndote más en las cavernas.
Y entonces estás pero no estás. Es decir: la carreta que es tu cuerpo vaga por la fiesta, pero no lleva ningún pasajero. Más vacío que el vacío.
Te preguntás si vale la pena farsear una sonrisa, hasta que te descubrís atontado, mirándola, y está más intocable que nunca, completamente inalcanzable desde tu pandemonio miserable.
Caés más, cuando pensabas que ya estabas en el sótano de la amargura.
¿Estás a la deriva? ¡ni que lo digas!
Te resquebrajás lentamente, paso a paso, y cada hora te va trayendo nuevos miedos. No entendés cómo escaparle y desesperás. Basta ya.
¿Adónde vas a correr? Hay una puerta: vos de un lado, ella del otro, y los dos esperando que alguien abra... pero si pudiera la pequeña comprender tu necesidad de que sea ella quien gire el picaporte. Y no por capricho ni histeria, no señor, ojalá. Se llama pavor, o miedo. Horror. Es precisa esa señal, un destello de suave interés.

No hay comentarios.: