domingo, febrero 19, 2006

Temor, temblor.

En la espesura del temblor, por alguna razón no puedo comenzar el conjuro físico de lo que mi alma rebalsa.
Cuánto amor inhibido, ciego por temores inexplicables, que precisa la mano idónea para salvar un par mágico...
¡Dependo tanto de ese envión!
La herida de un horror es el niño que mendiga por tu audacia.
Pocas cosas quiero más que un juego y delicia como lo que se pretende... pero lo invisible de las sombras es certero en su malicia.
Ojalá mi mirada fuese un bote implacable, o tus mejillas un puerto ideal para aplacar ese ardor desesperado.

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