martes, octubre 10, 2006

No dejemos que nos duerman.

Ayer era la ciudad un lagarto de cemento dorándose al sol, y hoy duerme la siesta como cuando la tormenta está llegando, que se desliza cansada por el aire espeso, llenando de su olor todo el lugar, advirtiendo que la tarde puede desatar los nudos de las nubes.
Y sea como sea, es el marco perfecto para las andanzas de una vida que se deja engañar por los artificios más irreales. Uno opta por creer en lo increible, quizás por rebeldía, por bronca contra los facilistas que acatan las ordenes de la lógica como si fueran el trípode del cóndor que ensombreció ciertos ratos del pasado, y hoy en día pareciera que algunas de sus plumas todavía planean en el aire que se enturbia con la presencia de esos restos nefastos.
A escuchar con atención, que el murmullo de los hijos de puta está levantando voces de nuevo, y eso es peligro de gol en el área de la libertad.

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