Qué suave es caminar con la cintura de un sol enroscada en el brazo.
Todos los senderos reparten en sus flores el perfume de un sentimiento que todavía no ha sido bautizado, y el movimiento lo usa como tempo para fundir su visión de lo más bello.
Es inconfundible, aun en la confusión, y eso se parece a la eternidad.
Como una cadena de dos eslabones conformada de tiempo deshecho en latidos, perdiendo la forma de lo finito y esquivando muertes inoportunas.
Entre los grises emparejados siempre se encuentra un duo de amantes, diamantes, que le sacan brillo al borroso ojo del existir, dando a luz mariposas que asoman sus alas tras la luna, pariendo de la sombra un engendro multicolor con la magia de un hada y el sueño de un iluso.
Es la gloria de estirar un verano hasta que empiece el otro, sin dejar de saborear el clima y sus aderezos, volando todavía cuando el viento y la lluvia y el granizo y los tornados y la mismísima realidad se empacan en desplumarnos.
Victoria de siempre cuando la batalla es en todos los segundos, en todos los parpadeos, en todos los latidos. Defendiendo la frontera del miedo sin cederle más que lo que le corresponde.
Así vamos, criando orugas, viéndolas envolverse en su sombra y renaciendo entre un estallido de luz y colores que llenan la vida de alegrías de todos los días.
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