Los vientos le traen nubes
al cielo algo abotagado.
Hay ruido en el silencio
que reclama la tormenta.
La mirada no está sorda
y atiende: febriculosa,
vidriada y al tanto
del vendaval incipiente.
Queda poco del presente
cada vez que lo pispeamos
entre brisas y estaciones
con desenlaces abruptos.
El comienzo se cimienta
en ínfimos interrogantes
de íntima naturaleza.
El final se decora
con alguna cereza poética
de aparente destreza ética.
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