sábado, abril 23, 2005

En tránsito por un desierto bastante mío, donde hay pocas palmeras y mucha sequía, aridez por doquier, en todos lados. Los oasis son sólo espejismos múltiples que se hacen arena con mi toque, como un Midas nefasto. La vida acá es nula.
Y yo... camino. Sin rumbo. Pateando mi sombra, que es la única que se carga mi soledad al hombro, y buscándole una salida a esta nada dorada que invade toda mi visión y el resto de mis sentidos. Me pregunto cosas que jamás existieron en un mundo real, y busco lo mismo, pero... claro, no lo encuentro, y la desesperación empieza a salir de abajo de cada uno de los granitos que conforman el paisaje. Es insoportable.
Ahora, ya mismo, un espejismo... por favor. Lo necesito. No importa que sea de mentira, preciso engañar un poco a mi mente para que deje de torturarme con su cruda verdad que no aporta nada al caso, sólo dolor.
Empieza a irse el sol con ritmo cansino, como si le pesaran los pies, y mi desesperanza me clava un gancho en la sien, la conciencia toma la posta ahora de una vez por todas, y las tinieblas son cada vez más densas. Ya no hay luz. De mis pies para arriba, tinieblas. De mis pies para abajo, arena. Y yo, en el medio, como una espina en la noche.
Definitivamente se instaló el frío, que era lo único que faltaba. Me corta la piel con los vientos minerales, y desgasta de a poco lo escaso que queda de mí. Pero nunca llega al final. Jamás se atreve a extinguirme, nomás me lleva a una agonía lastimosa en la que sólo soy retazos de un cuerpo destruido. Y resucito con el alba, pero saboreando esa amargura de que la eternidad que me queda es un suplicio difícil de sobrellevar si no tengo más abrigo que mi sombra, que encima se va con el Sol.
Estoy cansado de luchar contra el desierto.

No hay comentarios.: