domingo, abril 03, 2005

¿qué pedazo de mí está arriba de la mesa?
Punto. Coma.
¿o qué?
Eh... claro... una astilla de mis capacidades se sienta en el borde de la ventana, lo medita, ve el horizonte y se deja caer. Aburre y se aburre, y cree en su martirización como objeto de eternidad. Falla.
La otra, la que intenta despreocuparse, termina con pastillas para dormir. Necesita sueño, mucho de él, no puede por sus propias para alcanzar ese coágulo en las ilusiones, para que la herida no sea una hemorragia donde se escapen tantas creaciones sin límites. Para poder, sin tanto alboroto, retener ese pequeño prestigio que anima al amateur poeta a seguir con ese camino indescifrable de sátiras y utopías.
¿Qué queda? Este reciclado de pequeñas gotas de un limón agotado por los dedos que abusan del jugo. Las semillas caen sobre aquel pequño y árido baldío, donde nada crece, nada vive, nada progresa ni aprende, pero toman de los sedimentos marginados cierta dosis de vida que aprovechan como pilar para un furioso revés al previsto, a la probabilidad, y así contagia cierta chispa que incendia mentes inmediatas, y seres contiguos.
Y así y todo, en el medio de un lago de aguas habituales, este estancado barrilete hace un campamento de cuestionamientos que se inunda porque, claro... hay diluvio en las ideas, y los vientos extranjeros pierden la cabeza, la internan, la fusilan con gritos perdidos.
El vaso es fondos, es restos, es aborto de ideas. Y uno lo bebe, porque tiene sed, y ella te dice que sí, que eso tiene su validez ahí, en ese momento, en esa oportuna rabia desesperante. Y las paredes, que se te achican, son otro aliciente. Y aceptás, nomás...
Pero qué tal si no... si lo frío del invierno pudiera ser a elección, si las hojas crujieran en primavera, si la lluvia gris quedara sepultada por tibios aires de noviembre. Si se retirase derrotado el mediocre deseo del frenesí cronológico... si las hojas del calendario en otoño cayeran como las doradas pérdidas de los árboles.
¿Cómo podría imaginarte en un contexto tan químicamente idóneo? Parece que ese dramatismo que te deteriora es algo inapartable. No sé tanto como necesito para eludir el agravio que me provoca tal incertidumbre... o tal contradicción. No podría alcanzar los movimientos de tu baile, ese zig zag que despega mis pezuñas de la cadera del cielo. Y entonces... casi hay resignación, y desdén. Preabandono... desilusión, casi. Impenetrable como la oscuridad, sofocante como una mirada fija, así de crítica es la angustia del pichón que no alcanza por ningún medio la ruptura del cascarón.

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