Cuando hasta tu ángel de la guarda te da la espalda
(sí, esa que no tiene)
y la locura se te enreda en los rosales espinados
desvariás, zozobrás, y la sombra del naufragio
se levanta y te observa con ansias.
Viene por vos, te devora con un bocado,
sin masticarte.
Y terminás en el oscuro estómago
de una criatura que inventaste vos,
en el buche de tus propios demonios.
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