Ahí estás, con tu ternura guardada en un cajón, juntando polvo.
Hiriendo con sencillez, olvidando todo.
Primero el disparo de una palabra al aire, mientras me mirás de reojo.
Y después, bis a bis, la ráfaga de letras a quemarropa, como enamorada de mi dolor.
Y entonces mi ceguera aumenta desmesuradamente.
Y entonces los demonios se ponen tu máscara y salen a pinchar el cadáver. Le bailan alrededor.
Y quiero apagar la tristeza, pero de los ojos no me brota más que nafta, y tu mano se suelta y apantalla, como si estuvieras jugando a ver quién lastima más.
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