jueves, marzo 10, 2005

No estás y puedo verte, como un televisor.
Tu alarma me desvela, y entonces salgo
disparado como un flechazo
hacia la capital de la locura
para tratar de salvar tu vida y mi culpa.

Sos algo raro, como un niño sin inocencia
con temores demasiado adultos
y tu resplandor me confirma la ecuación.
El peligro es que la soledad, tarde o temprano
mutila a la frágil cordura
de una mente intransitable.

Así será entonces, entrando con cautela
hasta que su hacha me encuentre
y caiga ensordecido
por los alaridos de la muerte.

Vos tendrás tu escape, con un aliado
que se parece a mi pensar
no por lo verde ni por lo magnífico
sino por lo laberíntico.

Yo tendré mi paz y mi descanso
y una delicia como certeza
de que sólo estoy muerto
para quien me vea en el piso
tiñéndome de rojo.

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