jueves, septiembre 15, 2005

Que se rían las flores...

Se acercan los relojes con cosquillas para ellas. Ellas, que son de todos colores y tamaños, formas y aromas, pero siempre frágiles.
Se acercan, pero lentos y furtivos, sin ningún rastro de su proximidad.
Y yo creo que los espero más ansioso que ellas todavía. Bah, no a ellos en sí, sino al lastre de magia que cargan. A ese arcoiris en polvo que les sigue el rastro cuando dan estos momentos sus agujas, y las únicas hojas que caen son las del calendario.
Pero si de esperas hablo... (porque todo tiene que ver, como una joyería y una mina, así de idénticos y diferentes, paradojas paradigmas), todavía espero lo que más. Todavía la fiebre y el miedo, como un desierto previo que se hace infinito.
Otro pero: resulta que la espera(nza) reverdece con todo esto.
Y ahora hay más catarsis que arte, pero la inspiración no es un boy-scout de la poesía.
Resulta que, para cerrar el círculo, hay una flor en el jardín del mundo que es tan distinta de las demás a unos ojos, que da pavor. Y más porque el loco siempre va a querer hablar con la flor, abrazar el sol, nadar en la miel. Siempre va a querer que se ría. Y siempre tantas veces resulta en nunca... pero, como buen demente, no se da cuenta. Por eso la escucha hablar, y le cree (no solo a ella, sino a la vida, que le da flores parlantes, con alas suaves).
Con todo, el círculo me desconcierta y me acierta. Nomás me quiero redimir de los silencios, y así esperar con todo el cielo en paz.

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