sábado, septiembre 10, 2005

Verte volar.

El ave arrugada
que se ha vertido
en sí misma
con un veneno
de sopor fiero,
letal y corrosivo.

Escapa corriendo
de su propio vuelo,
arrastrando rocas
que son tinieblas
para bordarse
la piel y los cielos
(y un alma clara
como el silencio)

Se destiñe
y desperdicia
su resplandor
en tormentas
desentendidas.

Pero tengo la fe
de que una brisa
pondrá resortes
en esos pasos
para que un salto
la lleve al cielo
que es donde debe
posar su vuelo.

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