miércoles, septiembre 19, 2007

Ameghino, por cuántos sueños me viste vagar...

Y aquella casa... ¿qué será de ese album de recuerdos con forma de casa? El jardincito crecido, ya descuidado seguro, con duendes en hambruna. Nunca más un avispero en aquel galponcito (una chapa, un par de maderas... pa' resguardar de la lluvia algunas herramientas nomás). Qué hermosa esa porción de tierra.
Tiene unas escaleras negras al costado que ya la ultima vez estaban medio derruidas, pero se podía subir. Y esa terraza desplegando su potencial de gloria es algo que no debería dejar solamente en este vagón de recuerdos que acabo de abrir. Me imagino la dulce neblina mezclándose con el verano y sus ocasos y se me derrite el espíritu. O unas noches de luna llena ideal para el licántropo que se alberga en ciertos rincones del ser.
Qué será de los niños que dejamos siendo ahí... ¿habrán elegido el mismo camino que nosotros?
¿Qué será de Alejandro y Andrea?
Hay una plaza hermosa que ocupa la enorme ochava diagonal, donde supieron ensayar obras murgueras, con la estrella de Perséfone y los choripanes más ricos de toda La Teja.
Le habían puesto un supermercado cruzando la avenida, creo que es algo piola para estos momentos de la vida donde los fines de semana vamos a visitar a los parientes chinos tan seguido, pero le quita un poco esa simpleza tan suya.
Y ese personaje maravilloso que se encarga de que todavía sigan vigentes las manos de mi bisabuelo: el Poroto. Qué nobleza encarnada, qué gentil espiritu. Enamorado del whisky, señor anfitrión, querible aunque no quieras.
Encima las pequeñas glorias: los Vascolet espumosos, los helados regalados, tardes de gastar championes en el frente, noches del miedo más inocente...
¿Cómo pedirle al corazón que no deje un brazo ahí?

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