miércoles, septiembre 19, 2007

Pedacito de Paisito.

Del otro lado del charco hay una sucursal de Macondo.
Un rincón hospitalario, amalucado, tranquilo. Otros ceros, más brazos ocupados, más dedos también. Otros nombres.
A veces hasta parece una cruza entre la grisacea melancolía porteña y esa cosa de alegría que flota como motas de polvo en el ambiente brasilero, y una calma tan suya...
Es isla continental, salvada de océanos ofensivos.
Pero otras veces se planta más turbia, se hace de una nostalgia plomiza, se nubla y guarda con dejarle un minimo lugar de juego a la tristeza porque la entrada al laberinto es libre y gratuita.
Sus árboles artísticos dan dulces frutos, que no siempre caen cerca de las lisiadas ratas.
Qué gran lugar para tomar ese café que no se me ocurrió tomar.
Su marco también encaja perfecto con un romance ya caminando, despertando más las sensibilidades que ya están deliciosamente al dente. Los rincones que podrían hospedar nuestros besos...
Qué dulzura de lugar.
Bañada de oro, protegida por la misma piel (pero de curiosa forma), esa líquida criatura hace burbujas de gloria en tu sed de locura: Patricia, te había extrañado.

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