miércoles, julio 23, 2008

Aguacero diamantino.

Se acomodan en sus cejas pequeñísimos diamantes y las luces los irisan con su arte compartido.
Chispas de magia que la decoran, como si su belleza no fuera ya algo casi ajeno a esta verdad.
Y yo la miro.
Y yo la admiro.
Y duermen mis ojos y mi alma en su calma luminosa, al alcance de sus manos, derritiéndome suavemente ante semejante imagen de humedad y maravilla.
Encuentro hasta lo que no busco. Es un tesoro a la vista de todos, pero no por ello fácilmente descifrable.
Y en cada parpadeo me renueva con su aliento las ganas de estar vivo en este mundo que a veces tira por la borda hasta el más ínfimo motivo.
Redescubro constantemente el amor, ya por la risa, ya por el dolor.
Así es que estos meses (otrora impensados) van armando su morada en mi profundo refugio.
Y aunque llueve veo un sol salpicado de diamantes.

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