es un susurro muy suave
(casimperceptible
pero insoslayable).
En cambio el mar convoca
con rugidos omnipresentes
a empapar el alma en él.
Y los pinos se chiflan
entre las brisas de estío
que atraviesan las copas:
-¡Ven, viento costero
a despejar los letargos!
Queda un sinfín de vidas
recorriendo la luna entera
admirando una noche llena
que se vierte en todo el bosque.
Y quedo, también, ahí:
preso del instante perfecto
encadenado al recuerdo.
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