jueves, mayo 06, 2004

El sonido viajó desde el frío. Pero no cualquier frío, oh no, hablo de un frío particular, delicioso. Ese frío que aromatizó todo un recuento de sensaciones mágicas entre ambos, sin dejar de enfriar, pero siempre en la justa medida. Es que siempre viene bien un poco de hielo para darle un uso sabio a la pasión. Y algún día supimos derretir ese clima semihostil para que emergiera de los restos una flor llena de vida, una flor incapaz de marchitarse ya que no sabía de las inclemencias del paso del tiempo. Y esa flor perduró, aunque por un tiempo quedó olvidada en el rincón de una habitación hermética. Pero hace poco, el sonido que viajó desde el frío penetró en ese cuarto para alumbrar con su brillo los decaídos pétalos de aquella maraviila. Y le anunció que el retorno no era inevitable, que las esperanzas sabían hacerse desear, pero algún día habían de ceder, y ese día no estaba tan lejos. La posibilidad le resultó dulcísima, como si una frambuesa harto madura se hubiese fundido en su boca repentinamente, y el paladeo lo enloqueció de placer. La euforia vino a él con paso sereno, y fue ese equilibrio el que le entregó las palabras en una bandeja de plata. Las tomó, las olió, y las acomodó en su alma como piezas de rompecabezas. Allí fue cuando la situación cambió, y el sonido, entre remolinos de colores, fue tomando forma, a lo lejos, en un horizonte que quería acercarse, pero tenía temor, un temor respetuoso que titubeaba y hacía titubear. Pero todavía no hay un final para esta historia, porque las suposiciones no han sido corroboradas, así que eso lo dejo para más adelante. Abur.

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