jueves, enero 27, 2005

Confesión.

Dos miradas perdidas en la enorme distancia que se amaina cyberneticamente como una lluvia y una toalla. Pequeños guiños, como gestos del momento que siempre fue, todo tan estiradamente cómplice. Hay un tiempo que se agota y juega como joker de un lado, para que la épica confesión se camufle y salga ilesa, como si en el orgasmo se hubiera vuelto invisible, o hasta etérea. Pero hasta el tiempo tiene un precio, y un buen protagonista debe estar dispuesto a gatillar cuando se dispone semejante desenlace. Así que un anexo de minutos fue suficiente para destruir el velo y que la confesión vea la luz... bah, las dos luces. Así, entonces, surge una perplejidad un tanto suave, ya que de cierto inconsciente modo nuestro muchacho infería alguna afinidad.
Pero el golpe fue muy directo, sin amortiguación, y eso es shock asegurado. Tanto shock que ya un buen tiempo y la respuesta de los órganos se hace esperar. Hay como olor a miedo y a gato al mismo tiempo, se forma una conjunción tan peligrosa e incierta que ya solo se teme al mismo temor, como cajas dentro de cajas con, qizás, alguna (buena) sorpresa.

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