lunes, enero 03, 2005

Va colgado de la luna, arriba de la verde alfombra mágica que ondula los bordes al sonido del viento como un papel libre. Lleva un tucancito entre los dedos que es travieso y se escapa habilmente, saliendo suave y delicado hasta el suelo espeso. La búsqueda, terrible y áspera, no se lleva bien con la falta de luz de esa indecisión entre noche y mañana, entre sol y luna, que juega con los sentidos confundidos de nuestro vampiro drugstore.
Vale la pena verlo tantear el alfombrado como un ciego en el microcentro, buscando entre flashes la exoneración de culpas pacíficas.
Entre tanto, los duendes hacen su trabajo, cual hormigas, y van retirando del envase las pequeñas dotaciones de éxtasis para llevarlas a un lugar más seguro. Dejan el sedoso envoltorio, muy agradecidos del inesperado regalo, y atrapan sueños por el camino de tierra que lleva a su florido reino.
Volvemos al caso: el sol se puso los pantalones y copó la parada nuevamente, aunque con un poco de resistencia aun, pero suficientemente brillante como para que la vista del colmilludo investigue en sanas condiciones. Así las cosas, la nueva fase de la búsqueda resulta un éxito inmediato y, un tanto sorprendido, nuestro amigo descubre la falta del cielo. Lo piensa dos minutos, un ruido entre las plantas, y ya: ellos lo merecen. Entonces acerca el resto al planto, y todos hechos.
Más duendes felices es más futuro lunático asegurado. Aparte, esto deviene en una hermosa amistad, yo sé lo que les digo...

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