miércoles, julio 19, 2006

No todos los piratas son iguales.

Desenterrando viejos tesoros de antiguas travesías, el pirata recio cae en su intima melancolía y comienza a anhelar, a viajar en retrospectiva, y esa memoria de bitácora le juega con trampas que amansan y ablandan el carácter estoico de ese gesto.
Los cofres quizás no tengan nada, pero son el símbolo de una historia, de su historia, de lo que algún día será desenterrado pero jamás conocido, y ese misterio es el mejor oro de los poetas camuflados.
Y si fuera por él, de sus pulmones soplaría las velas para seguir viajando eternamente entre anécdotas (tablas para la balsa que lo rescate del naufragio cuando sólo sea una palabra resoplando con el viento).
Ya cojo, preferiría que su caminar se detuviera como un árbol al costado del camino, y beber de los tiempos su sabiduría, sólo cuando la madre naturaleza le humedezca los labios con ese rocío revelador, y no sacrificar la paciencia infinita del roble sólo para huir mejor.
Así, el bárbaro de los mares muta en ligera brisa y nos ablanda la cara cuando todo parece férreo.
Algo aprendió.

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