A veces entiendo al huraño que se hace árbol y deja reposar la fe en su propio silencio.
Lo entiendo como el método de salvar a los demás de sí mismo, en algunos.
O como la sabiduría de las palabras imprecisas en otros.
Ese rincón de la soledad donde inmunizamos al resto de nuestra epidemia unipersonal.
O donde es mejor invitar a los demás que irlos a buscar.
No por una cuestión de pereza, definitivamente, sino porque el camino hasta este lugar es la justa introducción al placer de la calma.
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